Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego”, Romanos 1:16
“y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”,
Hace algunos años me sucedió algo muy particular en mi experiencia de fe.
En mi trabajo tuve la oportunidad de compartir casi a diario con un compañero de trabajo, y aunque estuve dispuesto a compartirle de la esperanza que había en mi corazón, el sumergirme en los afanes laborales me llevó, lastimosamente, a no hablarle de Jesús.
Sin embargo, en mi oración diaria, percibí por el Espíritu, que el Señor me animaba cada dia, a no ser egoista con mi compañero y compartirle todo mi conocimiento de mi profesión; siendo generoso, lo involucraba en todos los proyectos y le enseñaba todo lo que yo había aprendido en mi experiencia.
Cuando un tiempo después me despedí de la empresa debido a otra oportunidad laboral, me llevé una sorpresa muy grata y satisfactoria.
En el momento de la despedida, frente a cerca de 200 personas, mi compañero habló con lágrimas en los ojos de cuán agradecido estaba conmigo, de cuanto le había enseñado, más que en varios años de su profesión, y cuánta generosidad, amabilidad, e impacto había tenido en su vida. Describió el fruto del Espíritu, en otras palabras, que es propio de un corazón que tiene a Cristo en él.
Antes de que pienses que estoy tratando de mostrarme como alguien bondadoso o bueno, debo decirte que la escritura dice que no hay ni siquiera uno bueno, todos hemos pecado, y aunque hacemos algunas cosas buenas, eso no es suficiente para alcanzar el estándar perfecto de Dios (Romanos 3:10-12). Y en mi vieja naturaleza, era un hombre plenamente egoísta.
La verdad, es que en esencia, mi compañero no habló de mi, habló de Jesús, no se trata de mi bondad, sino que al permanecer en Jesús (no mi propio esfuerzo moral), mi vida empieza a expresar a Aquel que lo llena todo en todos, aquel que es la Sustancia misma del Padre y que se revela en cada creyente mostrando su bondad para con todos, sin hacer acepción de personas (Hebreos 1:3, Hechos 10:34).